Textos de psicoanàlisis


 Ricardo Piglia. Los sujetos trágicos (Literatura y Psicoanálisis).
                                        
 Ezequiel Bernal Méndez.
                             
¿Qué puede hacer mejor un escritor, si no contar historias? Recrear un mundo particular, pasado a través de la mirada personal en un contexto específico, jugar con significantes que se deslizan y cautivan en un goce tan universal como el goce de la palabra, incompleta y remitiendo a la falta constante.

Regularmente las historias no se guardan, se tratan de publicar, de compartir, de impactar a otros, causar cierto movimiento de afectos desde el efecto que puede tener la palabra. Si hay escritura es por que hay algo que puede ser dicho. La desdicha puede ser dicha una vez escrita, ficciones, mundos alternos, situaciones de estilo y la posibilidad de corregirse desde el sí mismo del autor o desde los representantes de la ley literaria en una situación que parece - en mi vaga comprensión del asunto-  transferencia: Éste o Aquel  o Ellos, saben de estilo: han escrito, han leído.

Narrativa, gótica, poética, policial…  géneros literarios. ¿Acaso la narrativa de la “tragedia personal” en psicoanálisis puede contemplarse como un género, una especie de  literatura de construcción personal que merece y demanda ser contada, ser puesta en palabras? Y resulta también curioso el énfasis en la escucha, la palabra que se escucha y en ese relato la realidad psíquica devenida en vivencia escuchada por el psicoanalista y regresada al analizante en la experiencia analítica.

Dentro de la narrativa y en particular, tratando de abordar el texto de Piglia, un artículo del año 2000 publicado en la Jornada por Danilo Albero muestra algunos antecedentes que expresan la importancia de Piglia y otros autores argentinos. Menciona  Albero: 

Antonio Dal Masetto (1938) es un narrador puro, un contador de historias que alcanza con su Siempre es difícil volver a casa (1985) su punto más alto. En un lugar intermedio se coloca Rodolfo Fogwill (1941), que arma, a propósito de una narrativa pura, un espacio de reflexión sociológica; sus libros más significativos dentro de esta línea son los relatos de Mis muertos punk (1979, hoy Muchacha punk) y la novela los Pichciegos (1983), ambientada en la guerra de las Malvinas y escrita simultáneamente a los sucesos bélicos. Dentro de los reflexivos, pero que nadan con igual soltura en las aguas de la ficción, la cátedra universitaria y el ensayo, se ubican Juan José Saer (1937) y Ricardo Piglia (1941). Sin duda, en este sucinto y arbitrario mapa de la ficción argentina, Piglia es el más polifacético de todos, el poseedor de un registro formal más extenso y el más osado a la hora de experimentar con matrices narrativas.”

Piglia abre el texto enunciando un problema de relación entre la literatura y el psicoanálisis: ¿se pueden servir uno de otro? O estarán confinados al clima de tensión enunciado por el autor desde un inicio. Este inicio nos remite quizá al contenido de la historia… para contar algo hay que escuchar historias; sin embargo parece que la forma de contar historias desde el psicoanálisis dista de la experiencia narrativa a pesar de ser narrada. La historia personal deja de ser cotidiana, vacía, superficial una vez que pasa por el psicoanálisis, este aspecto es remarcado por Piglia al citar a  Nabocov y a Manuel Puig en esa visión del psicoanálisis como fenómeno cultural, de masas y en un estatus de ambivalencia en el tenor de su resistencia y atracción. Además la seducción ante la historia personal es recalcada..

“…Somos lo que somos, pero también somos otros, más crueles y más atentos a los signos del destino. El psicoanálisis nos convoca a todos como sujetos trágicos; nos dice que hay un lugar en el que somos sujetos extraordinarios, tenemos deseos extraordinarios, luchamos contra tensiones y dramas profundísimos, y esto es muy atractivo. De modo que el psicoanálisis, como bien dice Freud, genera resistencia y es un arte de la resistencia y de la negación, pero también es un arte de la guerra y de la representación teatral, intensa y única.” (Piglia).

Esta representación teatral contada como secreto, en la intimidad del espacio analítico es quizá la analogía de la historia narrada por el escritor, a diferencia de que  es ventilada a quien se deja seducir en la lectura de la misma en contra del confort ofrecido por la confidencialidad de la práctica analítica.Al ir avanzando, Piglia menciona a un gran lector del psicoanálisis como fue el irlandés James Joyce (1882- 1941) , considerado uno de los grandes escritores del siglo XX, lector de la obra de Freud y jugando con el lenguaje parece encontrarse otro punto de reunión en torno al monólogo interno que cuenta una historia: 

“Joyce percibió que había ahí modos de narrar y que, en la construcción de una narración, el sistema de relaciones que definen la trama no debe obedecer a una lógica lineal y que datos y escenas lejanas resuenan en la superficie del relato y se enlazan secretamente. El llamado monólogo interior es la voz más visible de un modo de narrar que recorre todo el libro: asociaciones inesperadas, juegos de palabras, condensaciones incomprensibles, evocaciones oníricas. Así Joyce utilizó el psicoanálisis como nadie y produjo en la literatura, en el modo de construir una historia, una revolución de la que es imposible volver”.

Una vez puesta en la escena del texto la anécdota de la hija psicótica de Joyce y su afán por que en el arte encontrara un espacio de expresión y en particular en la literatura Piglia seduce al recrear la frase dicha por Jung a Joyce: “allí donde usted nada, ella se ahoga”, hermosa manera de abrir la segunda parte del texto pensando en la relación entre el psicoanálisis y la natación.
Poner a flote a quienes tratan de hundirse, menciona el autor como esa posible función del psicoanálisis y da el salto hacia la relación con el género policíaco y esto es peculiar, me atrevo a hacer el comentario llegado a mi mente al leer a Piglia: Morgan Freeman en Seven recreando a ese detective que investiga en pos de descubrir las marañas de un asesino serial, un Morgan Freeman teniente Somerset, que bien se puede comparar en funciones a la del analista que lee, investiga, se abstrae y parecería no mantiene lazo con alguna institución a pesar de su búsqueda de la verdad y la ejecución de la ley, debe mantener distancia para descubrir la verdad.

El analizante nada sabe de la vida de su analista en el mejor de los casos, es una distancia que se requiere desde, si lo voy comprendiendo bien, una ética del psicoanálisis. Esa puede ser bien una comparación con la distancia entre el detective y la escena del crimen en la novela policiaca. Allí también se trata de hablar con los muertos, con aclarar una muerte o de interpretarla, una historia no vivida o contemplada. La tragedia como evento literario y la tragedia personal de la que se da cuenta en el análisis y sus formas, dice Piglia, en su apreciación, se parecen.


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